miércoles, 11 de noviembre de 2009

La mejor medicina, el corazon















La mejor medicina, el corazón
Otros podrán saber más que tú, pero con compasión, nadie superará tu vocación de servir”


peludencia.blogspot.com
l médico, según la visión del doctor Carlos González Pons, tiene que ser compasivo. No existe la vocación sin la compasión. Él, aunque no lo diga, trabaja además de con vocación, con pasión, ingredientes todos que ya cuatro generaciones de pacientes y sus familias reconocen y buscan en él.
Y ese sentido de compasión es una de las características que lo ha dado a conocer en la comunidad, en la que ha llevado a cabo una labor humanitaria importante asistiendo a personas sin recursos de una manera desinteresada y constante muchas veces por periodos de 16 horas diarios durante años.
Fue por culpa de esa excesiva entrega que padeció un quebranto de salud que lo obligó a tomarse una “sabática” hasta el punto de eliminar sus señas de la guía telefónica. Tenía alrededor de 20,000 récords y veía un promedio de 20 pacientes diarios. “Es esencial que el paciente sepa que te solidarizas y te comprometes con su padecimiento. Otros podrán saber más que tú, pero con compasión, nadie superará tu vocación de servir. Pero yo exageré en el volumen de trabajo”, admite el médico internista dominicano que llegó a Puerto Rico a los 27 años, hace 33.
Mientras hacía especialidad en el Recinto de Ciencias Médicas, conoció a Eblis Pérez, quien laboraba en la misma institución como especialista en educación audiovisual. Aduce él que ella “lo chequeaba”, y ella, que se encontraba trabajando en el momento de la entrevista, no se pudo defender. Tan pronto terminó estudios se casaron. De eso hace 33 años y 20 ahijados.

La pareja, que no tiene hijos, ayudó a criar a 2 ahijadas, una de ellas, la hija de la señora del servicio, que vivía con ellos. Hoy día aquella niña es una profesional doctorada en química.
Especialista en medicina interna, González Pons se entrenó en el Hospital de Distrito de Ponce y en el Hospital de Veteranos. Desde el 1982 ejerce la práctica privada en el Hospital del Maestro, últimamente, según su descripción, “bregando con viejitos”. Allí ha sido presidente de la facultad, director de intensivo y coronaria y director del departamento de medicina. En el 1989 fue merecedor del prestigioso Premio Baralt del Hospital del Maestro por excelencia de servicio.
El galeno le adjudica parte de su sentido de compasión a su experiencia personal. Aunque era el penúltimo de nueve hermanos, su infancia transcurrió pendiente de su hermana Ivonne, 10 años mayor que él, quien padecía de osteogénesis imperfecta, conocida como la enfermedad de los huesos de cristal, que provoca deformidades que afectan a todo el cuerpo. “Eso influyó mucho en la vocación por la medicina mía y de mi hermana Catalina, oncóloga, directora del Instituto Oncológico en la República Dominicana”, explica.
El doctor González Pons se considera una mezcla de creacionista y evolucionista en sus creencias que tiene la convicción de que los seres humanos somos producto del azar y no de una predeterminación. “El objetivo de la vida responde a experiencias que se funden en una experiencia única”, expresa, comparando esa experiencia con la gota que se une al río y después, al mar. Cree además que el conocimiento científico se fusiona con la ética personal para crear a un individuo libre que reconoce su “carpe diem”.
Estudioso de las religiones comparadas, admira, lee y hasta recita al poeta, filósofo y pintor indio RabindranathTagore, premio Nobel de Literatura en 1913. Amante del “bossa nova”, conserva como tesoro un LP del 1964 de Joao Gilberto y Stan Getz, el único de una colección de más de 300 que le regaló a aquellos amigos que los apreciaban como él lo hacía.
Poco a poco ha ido reduciendo su entorno, y de una casa enorme con patio que requería mucho cuidado y 6 perros, ahora Eblis y él viven en un espacioso apartamento en Guaynabo, sólo con “Lucy in the Sky” y “Sofía”, dos “shitz-su” que compiten por sus caricias.
Lo que en vez de reducir, aumenta sin control son sus “carajetes”: miles de obras dibujadas en pedacitos de papel de periódicos, revistas, o cualquier promoción que tenga color. Sus trazos -que a veces producen figuras que recuerden a Piccasso- surgen espontáneamente.
Nadie se ofende cuando el doctor “garabatea” mientras le hablan o conversa por teléfono. Es una costumbre “de toda la vida”. En la universidad creían que estaba distraído, pero si le preguntaban, podía disertar sobre todo lo que se había dicho mientras se ensimismaba en sus trazos. El nombre de sus “obras”, dice bajando la voz, fue sugerencia de sus amigos que, aunque les gustaban, no entendían “qué carajos eran”.
Con 60 años cumplidos, dice que llegar a esa cifra es un éxito y aprecia cada minuto de existencia. E insiste en que “vivir sirviendo es la única forma de que uno piense que la vida sirvió para algo”.
El doctor planea participar en un proyecto con pacientes de Alzheimer. Y, como todavía no tiene planes de retirarse, hay que estar pendiente a la guía de teléfonos del 2010, por si decide añadir sus señas.

No hay comentarios: