miércoles, 9 de noviembre de 2011

Dominicanos superan la tragedia del vuelo 587




Sobrevivió por falla del despertador
Dominicanos superan la tragedia del vuelo 587

NUEVA YORK

Pocas verdades son tan infalibles como esta: Nadie sabe el día ni la hora exacta en que dejaremos de existir. Nadie.

Por eso, las semanas anteriores al viaje que el 12 de noviembre Clara de la Cruz haría a Santo Domingo, ni ella ni su hermana Altagracia perdían tiempo pensando en tragedias ni en vainas. De lo único que hablaban era de todo lo que Clara, de 47 años, haría por allá; desde gozarse a la familia hasta resolver un asunto con una propiedad.

De esos días para acá, han pasado 10 años, pero Altagracia Estrella lo recuerda todo con detalles. Pestañea y parece que ve a su hermana Clara contenta, anticipando la algarabía que se iba a formar cuando llegara a ver a su papá y al familión de las dos. Y es que, de los 10 hijos que tuvo don Teodoro Cotes -siete hembras y dos varones- sólo Clara y Altagracia dejaron su natal República Dominicana para encarar al futuro desde los Estados Unidos. Así se explica por qué cada viaje de cualquiera de las dos era un acontecimiento.

Antes del 12, Clara se la pasó visitando tiendas, donde compró ropa para su padre, que cumplía años, y regalos para toda familia. Es que "nosotros somos una familia bien grande y cuando llega alguien de Nueva York todos esperan que les lleves algo", suelta Altagracia mientras poco a poco se va sumergiendo en un mar de recuerdos, que por momentos se calma y en otros se agita con enormes olas cargadas de sentimientos.

En un principio, cuenta Altagracia, su hermana no estaba tan entusiasmada con el viaje porque ella quería llegar a Santo Domingo con su familia completa. Sin embargo, a su hijo Glenn no le dieron vacaciones en el supermercado donde trabajaba y a Clara no le quedó más remedio que comprar los pasajes para ella, su esposo Leonardo de la Cruz, su hija Karla y su suegro Leonte. Saldrían el 12, pero en el vuelo del mediodía.

Todo cambio de planes estaba descartado; por los humanos más no por el destino. Resulta que "Glenn se peleó con el administrador, fue despedido del supermercado y cuando se lo dijo a Clara, ella se alegró porque ahora él podía viajar junto con la familia… Mi hermana me llamó y me dijo bien alegre: ‘Me llevo a mi hijo conmigo. ¡Yo sabía que me lo iba a llevar!’ Y se lo llevó. Para ella era muy fuerte dejarlo solo, porque Glenn era su niño mimado", revela Altagracia.

Superado ese inconveniente, Clara, quien hacía 33 años que residía en los Estados Unidos, arrancó para la agencia de viajes donde había adquirido los pasajes, para incluir a Glenn en el paquete con el resto de la familia. Allí le dijeron que en el vuelo del mediodía no cabían, pero que sí había espacio en el que salía a las 9:00 de la mañana, el vuelo 587, que era el favorito de muchos porque podían llegar más temprano a su tierra. "Y mi hermana cambió de vuelo…", lamenta Altagracia.

Recupera el aliento y continúa relatando que tras todas las conversaciones, quedó establecido que una vez llegaran a Santo Domingo, "nuestra hermana mayor, Gladys la iba a recoger al aeropuerto Las Américas, en la capital, y de allí la llevaría a San Cristóbal, a casa de mi papá, donde siempre se celebraba la llegada con una fiesta con sancocho, porque los cumpleaños de mi cuñado y de mi papá coincidían: el de mi papá era el 9 de noviembre y el de Leonardo el 8 de noviembre".

Con todo ya "cuadrado", llegó el 11 de noviembre y Altagracia y Clara se pasaron hablando cada media hora, algo que ocurría por primera vez en los 15 años que llevaban viviendo juntas en Estados Unidos. "Desde las 3:00 p.m. nos estuvimos llamando; fue como una conexión sicológica", dice Altagracia, quien por teléfono siguió todo el ajetreo previo al viaje; la ida al salón de belleza, el arreglo del equipaje y hasta le encargó un paquete que ella enviaba con regalos a la familia, entre ellos unos vestidos para una sobrina recién nacida.

A eso de las 11:30 de la noche fue la última conversación. Y Clara "me dijo: ‘Ya estoy lista, tengo que llamar al chofer que me va a llevar al aeropuerto porque se supone que ya debería estar aquí’"… -Altagracia hace una pausa y añade- "Mi cuñado Leonardo le tenía pavor a los aviones y para abordarlos siempre se daba unos tragos. Cuando ella me lo puso al teléfono le dije que se cuidara".

El 12 amaneció en calma y Altagracia, que tiene una maestría en sicología, salió hacia su trabajo como consejera en una escuela del Alto Manhattan. Pero como ese día no había docencia en Nueva York, llegó temprano a su casa de Bergenfield, en Nueva Jersey, y encontró a su suegra Esther en la cocina, preparando café.

"Mi suegra encendió la televisión y lo primero que vi fue la noticia del vuelo 587… Yo comencé a llorar y a saltar porque sabía que mi hermana estaba allí", confiesa mientras se estremece. "Cuando mi papá se enteró en San Cristóbal, se puso como loco, porque él quería mucho a Clara y a su esposo" cuenta al tiempo que un telón de inmensa tristeza arropa su mirada.

Tras las gestiones de rigor, las autoridades "nos entregaron una caja con algunas de sus pertenencias, pasaportes quemados, prendas, tarjetas de crédito, y hasta ropita de la que yo le enviaba de regalo a la recién nacida", precisa Altagracia. Además, les entregaron cinco ataúdes sellados con los restos de sus seres queridos. A todos les dieron sepultura en el cementerio Cristo Redentor, en Santo Domingo.

Ellos descansan en paz, pero Altagracia asegura que el dolor continúa. Su trauma fue tan fuerte que hoy día no se monta en un avión de American Airlines y cuando escucha la noticia de algún accidente aéreo, revive la angustia que la consumió hace 10 años en un hotel cercano al aeropuerto, donde las autoridades reunieron a los familiares de los fallecidos para darles detalles de lo ocurrido.

"El primer año que viajé para la vela del cabo de año de mi hermana me iba a tocar el mismo asiento que le tocó a ella, el 13A, y me puse nerviosa. Mi esposo no dejó que me sentaran en él", exterioriza.

Para este décimo aniversario, Altagracia Estrella y su familia se están preparando para participar en la ceremonia de recordación en el Memorial Vuelo 587 en Nueva York, donde las familias ponen flores y velas encendidas junto a los nombres de sus seres queridos fallecidos. Allí recordarán a Clara, Karla, Leonardo, Glenn y Leonte, hasta que se vuelvan a ver cuando el destino así lo decida.

Porque nadie sabe el día, ni la hora.


NUEVA YORK

Pocas verdades son tan infalibles como esta: Nadie sabe el día ni la hora exacta en que dejaremos de existir. Nadie.

Por eso, las semanas anteriores al viaje que el 12 de noviembre Clara de la Cruz haría a Santo Domingo, ni ella ni su hermana Altagracia perdían tiempo pensando en tragedias ni en vainas. De lo único que hablaban era de todo lo que Clara, de 47 años, haría por allá; desde gozarse a la familia hasta resolver un asunto con una propiedad.

De esos días para acá, han pasado 10 años, pero Altagracia Estrella lo recuerda todo con detalles. Pestañea y parece que ve a su hermana Clara contenta, anticipando la algarabía que se iba a formar cuando llegara a ver a su papá y al familión de las dos. Y es que, de los 10 hijos que tuvo don Teodoro Cotes -siete hembras y dos varones- sólo Clara y Altagracia dejaron su natal República Dominicana para encarar al futuro desde los Estados Unidos. Así se explica por qué cada viaje de cualquiera de las dos era un acontecimiento.

Antes del 12, Clara se la pasó visitando tiendas, donde compró ropa para su padre, que cumplía años, y regalos para toda familia. Es que "nosotros somos una familia bien grande y cuando llega alguien de Nueva York todos esperan que les lleves algo", suelta Altagracia mientras poco a poco se va sumergiendo en un mar de recuerdos, que por momentos se calma y en otros se agita con enormes olas cargadas de sentimientos.

En un principio, cuenta Altagracia, su hermana no estaba tan entusiasmada con el viaje porque ella quería llegar a Santo Domingo con su familia completa. Sin embargo, a su hijo Glenn no le dieron vacaciones en el supermercado donde trabajaba y a Clara no le quedó más remedio que comprar los pasajes para ella, su esposo Leonardo de la Cruz, su hija Karla y su suegro Leonte. Saldrían el 12, pero en el vuelo del mediodía.

Todo cambio de planes estaba descartado; por los humanos más no por el destino. Resulta que "Glenn se peleó con el administrador, fue despedido del supermercado y cuando se lo dijo a Clara, ella se alegró porque ahora él podía viajar junto con la familia… Mi hermana me llamó y me dijo bien alegre: ‘Me llevo a mi hijo conmigo. ¡Yo sabía que me lo iba a llevar!’ Y se lo llevó. Para ella era muy fuerte dejarlo solo, porque Glenn era su niño mimado", revela Altagracia.

Superado ese inconveniente, Clara, quien hacía 33 años que residía en los Estados Unidos, arrancó para la agencia de viajes donde había adquirido los pasajes, para incluir a Glenn en el paquete con el resto de la familia. Allí le dijeron que en el vuelo del mediodía no cabían, pero que sí había espacio en el que salía a las 9:00 de la mañana, el vuelo 587, que era el favorito de muchos porque podían llegar más temprano a su tierra. "Y mi hermana cambió de vuelo…", lamenta Altagracia.

Recupera el aliento y continúa relatando que tras todas las conversaciones, quedó establecido que una vez llegaran a Santo Domingo, "nuestra hermana mayor, Gladys la iba a recoger al aeropuerto Las Américas, en la capital, y de allí la llevaría a San Cristóbal, a casa de mi papá, donde siempre se celebraba la llegada con una fiesta con sancocho, porque los cumpleaños de mi cuñado y de mi papá coincidían: el de mi papá era el 9 de noviembre y el de Leonardo el 8 de noviembre".

Con todo ya "cuadrado", llegó el 11 de noviembre y Altagracia y Clara se pasaron hablando cada media hora, algo que ocurría por primera vez en los 15 años que llevaban viviendo juntas en Estados Unidos. "Desde las 3:00 p.m. nos estuvimos llamando; fue como una conexión sicológica", dice Altagracia, quien por teléfono siguió todo el ajetreo previo al viaje; la ida al salón de belleza, el arreglo del equipaje y hasta le encargó un paquete que ella enviaba con regalos a la familia, entre ellos unos vestidos para una sobrina recién nacida.

A eso de las 11:30 de la noche fue la última conversación. Y Clara "me dijo: ‘Ya estoy lista, tengo que llamar al chofer que me va a llevar al aeropuerto porque se supone que ya debería estar aquí’"… -Altagracia hace una pausa y añade- "Mi cuñado Leonardo le tenía pavor a los aviones y para abordarlos siempre se daba unos tragos. Cuando ella me lo puso al teléfono le dije que se cuidara".

El 12 amaneció en calma y Altagracia, que tiene una maestría en sicología, salió hacia su trabajo como consejera en una escuela del Alto Manhattan. Pero como ese día no había docencia en Nueva York, llegó temprano a su casa de Bergenfield, en Nueva Jersey, y encontró a su suegra Esther en la cocina, preparando café.

"Mi suegra encendió la televisión y lo primero que vi fue la noticia del vuelo 587… Yo comencé a llorar y a saltar porque sabía que mi hermana estaba allí", confiesa mientras se estremece. "Cuando mi papá se enteró en San Cristóbal, se puso como loco, porque él quería mucho a Clara y a su esposo" cuenta al tiempo que un telón de inmensa tristeza arropa su mirada.

Tras las gestiones de rigor, las autoridades "nos entregaron una caja con algunas de sus pertenencias, pasaportes quemados, prendas, tarjetas de crédito, y hasta ropita de la que yo le enviaba de regalo a la recién nacida", precisa Altagracia. Además, les entregaron cinco ataúdes sellados con los restos de sus seres queridos. A todos les dieron sepultura en el cementerio Cristo Redentor, en Santo Domingo.

Ellos descansan en paz, pero Altagracia asegura que el dolor continúa. Su trauma fue tan fuerte que hoy día no se monta en un avión de American Airlines y cuando escucha la noticia de algún accidente aéreo, revive la angustia que la consumió hace 10 años en un hotel cercano al aeropuerto, donde las autoridades reunieron a los familiares de los fallecidos para darles detalles de lo ocurrido.

"El primer año que viajé para la vela del cabo de año de mi hermana me iba a tocar el mismo asiento que le tocó a ella, el 13A, y me puse nerviosa. Mi esposo no dejó que me sentaran en él", exterioriza.

Para este décimo aniversario, Altagracia Estrella y su familia se están preparando para participar en la ceremonia de recordación en el Memorial Vuelo 587 en Nueva York, donde las familias ponen flores y velas encendidas junto a los nombres de sus seres queridos fallecidos. Allí recordarán a Clara, Karla, Leonardo, Glenn y Leonte, hasta que se vuelvan a ver cuando el destino así lo decida.

Porque nadie sabe el día, ni la hora.

Una tragedia trajo otra

Con el dinero de compensación que les dio la aerolínea, don Teodoro Cotes, el padre de Clara, mandó a construir una gran casa en San Cristóbal, con muchas habitaciones para albergar a la familia cuando fueran a visitarlo. Pero en 2008, el día antes de mudarse, don Teodoro fue a inspeccionarla, se agarró de la verja de entrada y la verja le cayó encima y le quitó la vida. Él tenía 80 años. La madre de sus hijos había muerto muchos años antes de la tragedia, a los 59 años.

El 12 de noviembre de 2001, Clara De La Cruz y cuatro familiares abordaron el Vuelo 587, que salía del aeropuerto JFK hacia la República Dominicana. No llevaban tres minutos en el aire cuando el avión se estrelló en Belle Harbor, Queens. Fallecieron las 260 personas que iban abordo -en su mayoría dominicanos- y otras cinco en tierra.

Yo comencé a llorar y a saltar porque sabía que mi hermana estaba allí’

Altagracia Estrella

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