lunes, 27 de abril de 2009
Emulemos esto de nuestra vecina Isla de Puerto Rico
Los abandonados
Impresionante fotogalería
Mientras la ciudad duerme, ellos buscan amparo en los recodos más inesperados. Ocho voluntarios acuden en su auxilio
No había nubes. Sólo el titilar ocasional de las estrellas alteraba la oscura estética de la noche.
Los vehículos estaban atestados de medicinas, vendajes, jeringuillas, condones, frisas, medias, alimentos, golosinas, termos de café y jugo.
Mientras la ciudad duerme, los ocho miembros voluntarios de la tropa de salvamento del proyecto Operación Compasión de Iniciativa Comunitaria (IC) se aprestaban a inaugurar una nueva noche de exploración y esperanza en las calles de la zona metropolitana.
Salen a darle atención y consuelo a ese Puerto Rico nocturno, habitado por adictos y deambulantes, que nadie menciona pero que es tan real como el aire transparente e inodoro.
Antes de salir, los miembros de la tropa escucharon unos breves consejos del doctor José Vargas Vidot, principal líder de IC, y quien veinte años atrás comenzó junto a su esposa, Auri Torres, esta iniciativa a favor del desposeído.
“Nuestra labor es la de un buen samaritano. El trato a las personas es fundamental. Todo lo que hagamos lo debemos hacer con respeto y compasión. Hoy tenemos más alimentos que nunca. Seamos generosos con la gente que veamos”, les dijo el doctor.
Vargas Vidot recordó que él se bajaría primero en cada lugar para garantizar que no hubiera peligro. Luego emitiría una señal para que la tropa comience a hacer su trabajo: ofrecer atención a los adictos y deambulantes, que en el día viven errantes en la ciudad, y en las noches buscan amparo en los recodos más insólitos y olvidados.
Luego exhortó a los presentes a tomarse de las manos para hacer una oración.
“Gracias Señor por darnos la oportunidad de convertir un evangelio hablado y retórico en uno real, movido por la acción, por la compasión y la solidaridad”, dijo Vargas Vidot.
A las 11:36 de la noche la tropa de salvamento trepó a las dos guaguas azules de IC y partió apresuradamente de las modestas instalaciones de la organización, en la urbanización Villa Capri en Río Piedras.
Allí también existe un hogar de rehabilitación contra las drogas de IC en el que residen 22 damas, quienes preparan los alimentos y los empacan para que los voluntarios de Operación Compasión los puedan distribuir de forma efectiva.
El doctor Vargas Vidot, quien iba al volante de la guagua que hacía de avanzada, indicó que “es mejor hacer este trabajo en las noches porque los encontramos más vulnerables. Con los guantes quitaos y es mejor para atenderlos”.
11:42 - El doctor conduce la guagua a baja velocidad por el lado derecho de la avenida 65 de Infantería en dirección a Carolina. De pronto detiene el auto junto a la acera aledaña a un parque de béisbol en el temido residencial público Monte Hatillo.
El parque está oscuro y solitario. Vargas Vidot sale de la guagua y se introduce con naturalidad en la oscuridad.
“Chago (así le dicen al doctor Vargas Vidot sus colaboradores más cercanos) es un sabueso. Él sabe dónde puede encontrarlos”, dice el doctor José A. Marrero, quien está en su último año de residencia en el Manatí Medical Center.
También participan en Operación Compasión los estudiantes de medicina de la UCC, Mathew Swing, quien es original de California, y Breed Thomas, quien proviene de Boston, Massachusetts.
Al cabo de unos minutos el doctor regresa. “No hay nadie”, murmura, y continúa la marcha.
“Para nosotros es bien importante lavarles las heridas y las úlceras a los adictos para que los puedan aceptar en los Centro de Diagnóstico y Tratamiento (CDT). Si van con las heridas sucias no los quieren atender”, explica Vargas Vidot sin despegar la mirada de los atajos lúgubres de la ciudad, donde suelen pernoctar los deambulantes y adictos.
11:50 - La flota de IC se detiene frente a un establecimiento dedicado a la venta de telas y productos de tapicería en la avenida 65 de Infantería. De inmediato aparece en una bicicleta un deambulante de baja estatura y abultada barba blanca llamado Raúl De Jesús Martínez, quien es muy conocido por los miembros de la tropa de salvamento.
De Jesús Martínez tiene la piel curtida por el sol y el polvo fugitivo. Las uñas de sus dedos guardan la mugre acumulada durante los años que lleva en las calles. “Llevo como ocho años deambulando. Es una historia larga para contarte”, dice en tono jocoso, mientras se lleva a la boca un hot dog y un sorbo de jugo de china, que le han obsequiado los muchachos de Operación Compasión.
12:03 - Como el azúcar que atrae a las hormigas, la llegada de las guaguas de IC comienza a despertar la curiosidad de otros deambulantes, quienes comienzan a llegar poco a poco. Con una amplia expresión de regocijo Vargas Vidot los recibe y les anuncia que hay café, jugo y hot dogs.
Aparece José, un hombre alto, delgado, reservado, de 46 años, quien lleva 15 años en las calles. José es adicto y trae consigo dos jeringuillas usadas para intercambiarlas por unas nuevas.
También surge Candy, una mujer alta, delgada, de pelo corto y poco hablar, presumiblemente adicta también, que prefiere recibir los alimentos y continuar su camino.
Los deambulantes reciben con agradecimiento una frisa y medias que la tropa de salvamento les obsequia para enfrentar el frío en las noches.
Vargas Vidot muestra la vivienda temporal que un deambulante ha levantado con cartones y sábanas usadas en un costado del establecimiento comercial.
“Fíjate en el orden de este lugar. Es mejor al orden que muchas personas de la vida normal tienen en sus hogares. Si a estas personas se les da la oportunidad de tener otra vida, van a demostrar que pueden ser más ordenados que la mayoría de los ciudadanos”, sentencia Vargas Vidot.
12:06 - La flota de IC se dispone a continuar la marcha por la avenida 65 de Infantería cuando De Jesús Martínez les recuerda que “el Gato”, otro deambulante, pernocta en la gasolinera al otro lado de la avenida.
“Cuando regresemos lo buscamos”, le replica Vargas Vidot. Tras un silencio atronador, el doctor Marrero comenta “más que curar heridas lo que buscamos es curar el alma de esta gente”.
12:08 - Al pasar debajo de un oscuro puente cerca de la avenida Iturregui, Vargas Vidot se detiene abruptamente. Sale de la guagua y escala un montículo bajo el puente junto con Mitchell Hernández, quien conduce la otra guagua de IC y es participante voluntario de Operación Compasión.
Al cabo de unos minutos el doctor regresa acompañado de José A. Cartagena, quien vive bajo el puente. Cartagena es un hombre barbudo, robusto, accesible y vivaracho. Responde en voz alta y con frases escuetas a las preguntas.
“Yo trabajaba en el almacén de la Universidad de Puerto Rico y me fui de casa...” logra decir antes de llevarse a la boca un hot dog y un sorbo de café. Fue lo último que dijo antes de que la flota partiera del lugar.
12:20 - El doctor cruza la avenida 65 de Infantería y toma la ruta hacia Río Piedras. Más adelante se detiene en busca de “el Gato”, quien no aparece. Seguimos el trayecto en silencio hasta que el doctor Vargas Vidot aprovecha la oportunidad para compartir una reflexión sobre los deambulantes.
“Hay algo curioso. Cuando los arropas con una frisa y sienten el calor, toman una posición fetal... es como una evocación a la niñez, a la falta de cariño, que nos obliga a pensar en la verdadera humanidad que hay detrás de los harapos ”, dice Vargas Vidot.
12:32 - El breve relato dejó en la atmósfera un aura de descubrimiento mágico y, al mismo tiempo, doloroso, que nos acompañó hasta que llegamos a un pequeño centro comercial cerca de la urbanización Country Club.
Tan pronto la flota se detiene varios deambulantes se acercan.
“Este es un grupo de alcohólicos”, advierte el doctor Vargas Vidot.
Entre ellos está José Marrero, de 58 años y natural de Venezuela. “'Lo mío es el alcohol. Soy electromecánico y vivo de lo que me gano arreglando las computadoras de los carros que vienen por aquí. Me llaman y yo las arreglo”, dice Marrero con una leve sonrisa.
El hombre es de baja estatura y tiene el rostro acicalado. “Hace cuatro años que estoy en la calle. Me tuve que ir de mi casa. Primero tuve un accidente y luego mi esposa me puso una Ley 54. Ahora estoy esperando el seguro social”', comenta mientras recibe una taza de café caliente.
Con el bolo alimenticio atascado en el medio de la boca Marrero continúa su relato. “Yo soy Papo Marrero, el jefe de máquinas de la barcaza que hace años encalló frente al Escambrón y derramó 1 millón de galones de combustible. Ese fui yo”, señaló con la mirada puesta en un punto lejano en las sombras que emergen más allá de la luz que producen los faroles de los postes.
“Lo culparon del derrame ”, dice Vargas Vidot.
Junto a Marrero está Mario López, un negro alto, esbelto, de 57 años y de modales sutiles, natural de Santurce, quien le indica a los médicos que sufre de un dolor en la espalda. No quiere abundar sobre las causas que lo llevaron a deambular, pero señala que es arquitecto y trabajó en el edificio de la farmacéutica Eli Lilly, en Carolina. Tras examinarlo, los médicos concluyen que el origen del dolor puede ser muscular.
Al grupo se une Eneida Márquez, de 51 años, quien vive en un residencial cercano y trabaja como oficial de mantenimiento de un colegio privado. Márquez se ha dado unos tragos y le confiesa entre llantos al doctor Vargas Vidot que su hijo tiene problemas.
El doctor la abraza y la mujer desahoga su llanto. “Esta también es nuestra función”, dice Vargas Vidot al arropar con su brazos el endeble cuerpo de Márquez.
“Mi hijo tiene el vicio de crack y cada vez que escucho tiros, salgo a preguntar en el residencial donde está”, dijo la mujer con el rostro bañado en lágrimas.
12:49 - La flota se dispone abandonar el área cuando arriba en una bicicleta Roberto Concepción, un deambulante y adicto de 38 años. Pide alimentos para él y su esposa, quien también es adicta. El hombre es abordado por Francisco Torres, trabajador social de IC y quien trabaja de forma voluntaria en Operación Compasión para referir a tratamiento a los adictos.
12:53 - Llegamos al otro lado del centro comercial. Junto a una escalera encontramos a tres deambulantes. “Yo me llamo Iron, El Caballo”, dice con voz imponente un hombre de 55 años, de rostro avejentado y barbudo, que vive anclado en una destartalada silla de ruedas. Carmen Santiago, su esposa, es una mujer de 42 años quien se ve tan deteriorada como su marido.
El tercer deambulante no se identifica. Está ubicado detrás de una sombrilla que pretende usar como escudo para poder encender una pipa de crack.
Iron El Caballo y su esposa Carmen contemplan animados la maniobra porque, sin duda, esperan disfrutar del banquete. La tropa les suministra alimentos y frisas y al cabo de unos minutos retoma su ruta por la avenida.
12:57 - Penetramos a poca velocidad un amplio solar baldío frente al condominio público Berwind, que parece un campo de batalla abandonado. No hay señales de vida en el solar, que sólo recibe la luminación indirecta de los faroles de la avenida 65 de Infantería. La flota se desplaza por entre escombros, arbustos y carritos de compra abandonados, que los deambulantes usan para cargar sus pertenencias. Hay un inusitado silencio dentro el auto.
“Éste es el lugar más peligroso de Puerto Rico”, exclama el doctor Vargas Vidot en voz baja y agachado tras el volante, en obvia referencia a los numerosos enfrentamientos con armas de fuego protagonizados por bandas rivales de Berwind y el residencial Monte Hatillo, situado al otro lado de la avenida.
El anuncio nos deja sin palabras y nos obliga a permenecer en vela. Lentamente llegamos hasta el final de la carretera, que está justo frente al condominio Berwind.
“¿Por qué no hay nadie?”, pregunta uno de los jóvenes de la tropa de salvamento.
“Es posible que algo va a pasar y la gente anda escondida o es que no hay drogas y la están comprando en otro lugar”, responde Vargas Vidot con pasmosa tranquilidad.
1:02 - Retrocedemos hasta salir del área. Un sentido de alivio domina la atmósfera en el interior del vehículo. Tomamos una calle contigua al residencial y pasamos frente al CDT del sector Sabana Llana. “Ahora mismo en ese CDT no hay médicos. Está cerrado. No hay servicio... con la falta que hace”', señala el doctor.
1:08 - Ganamos rumbo por la calle Simón Madera, que es el lugar preferido de los transexuales y las prostitutas para mercadear sus oferta erótica en la noche. Vargas Vidot menciona que en Santurce existe un individuo que contrata sus servicios y luego les mutila los pezones.
“'Los hombres están buscando más el servicio de los transexuales porque se cuidan más. Las prostitutas terminan en el vicio de las drogas y ellos no”, señala Vargas Vidot.
1:15 - Llegamos a la entrada del residencial público Sellés, en Río Piedras, donde la flota se detiene. Las calles están solitarias. Vargas Vidot advierte “que es muy raro que no haya nadie en las calles”. Luego anuncia que entrará çaminando al residencial para saber qué ocurre.
Pasados unos minutos comienzan a emerger varios deambulantes del residencial. En una bicicleta aparece Luis Rivera, de 41 años y adicto por más de 15. “'Hay problemas. Mataron a unos inocentes y puede haber venganza”, dice con precaución y sin despegar la mirada de los autos que pasan ocasionalmente por la calle. Rivera, al igual que la mayoría de los adictos, pide dinero para satisfacer su vicio.
Esquivos y ansiosos, los deambulantes y adictos se aproximan a las guaguas de IC, reciben la porción de alimentos y frisas y regresan al residencial.
1:48 - La flota parte del lugar. Tomamos una calle junto al residencial que nos conduce al interior de una urbanización. De pronto Vargas Vidot detiene el auto y regresa a una bocacalle que ya había rebasado. Allí encuentra a Albert, un adicto de 45 años quien intenta inyectarse droga bajo la tenue luz de un poste.
“Yo creía que ustedes eran policías, me asusté y me fui de esquín (clavar la jeringuilla fuera de la vena). Es que los policías son unos abusadores, te botan la cura, te dan para que te vayas de los lugares. Nosotros somos adictos, pero yo no creo en el abuso”', dice Albert, quien fue croupier en el Hotel Condado Plaza y apenas cinco años atrás entró de lleno en el vicio de la droga.
“'Me mataron mi hija en un accidente y me fui a fuego, vite” dice Albert, quien luego demostró su talento en extraer la droga inyectada fuera de la vena y reinyectarla en el cuerpo venoso.
“Es como un orgasmo”, señaló Albert al describir la sensación que experimenta cuando comienza a sentir los efectos de la droga.
“Por eso a los adictos, mujeres y hombres, no nos hace falta el sexo. Pero cuando se rompe vicio... ¡muchacho! se amanece uno metiendo mano... entiende”, añade Albert.
1:52 - La flota de IC regresa a la avenida 65 de Infantería. Llegamos hasta el estacionamiento del club de tiro Ponce de León, donde hay cuatro deambulantes durmiendo bajo cartones. La llegada de la flota no los despierta.
Vargas Vidot se aproxima a cada uno y les avisa que hay alimentos disponibles. Juan Carlos Roque, de 29 años de edad y procedente de Trujillo Alto, explica que se convirtió en drogadicto y deambulante porque su padre se casó por segunda ocasión y para no estropear ese renovado intento de su progenitor por rehacer su familia, decidió dejar la casa.
Luis Rodríguez González, de 31 años de edad y original de Fajardo, dice que la próxima semana se internará en un hogar de rehabilitación que le consiguió el evangelizador y cantante de salsa Alex De Castro.
2:25 - La tropa aprovisiona de frisas y medias a los deambulantes y continúan la marcha. Vargas Vidot asegura que favorece que se establezca un programa de medicación para los adictos. “Pero tiene que ser como el programa de Suiza, que trata a cada adicto como un individuo distinto”, dice el doctor.
2:45- Los vehículos llegan hasta las inmediaciones del cruce hacia Trujillo Alto y se detienen frente a las oficinas de un laboratorio médico. Allí estaba sentado José Calderón, de 35 años de edad y original de Corozal, quien reclama atención médica para unas úlceras en su rodilla izquierda. Los médicos entran en acción y comienzan a limpiarlas.
“Entre el 60% y 80% de las úlceras son producto de inyecciones fuera de las venas”, explica Vargas Vidot. Calderón asegura que no está solo, que sus padres vienen desde Corozal a visitarlo, pero que su condición de adicto le impide regresar a su casa.
La tropa deja a Calderón y toma la ruta hacia Hato Rey, por una calle marginal junto al expreso hacia Trujillo Alto.
3:09 - Minutos después, y todavía en el área de Río Piedras, se detiene en una gasolinera que permanece abierta 24 horas. En un murito de concreto está sentada y cabizbaja Cynthia Rosario, una joven de 29 años que tiene su brazo izquierdo enyesado. La delgada joven, que apenas puede abrir los ojos debido a los efectos de la droga, pide atención médica. El doctor Marrero coloca el estetoscopio en su espalda y comienza a escuchar sus sonidos internos.
“'¿Estoy bien malita?”, pregunta Rosario con los ojos cerrados y voz débil. Le entregan una taza de café que ella toma en pequeños y pausados sorbos. “Creemos que tienes una pulmonía”, le dice Vargas Vidot a la joven.
Más deambulantes arriban a la gasolinera atraídos por los alimentos que distribuye la tropa de IC. Entre ellos llega Harry Díaz, un hombre barbudo de 54 años que confiesa ser adicto al crack. Entre tragos de café y bocados de hot dog, Díaz asegura que se desempeñó como camionero hasta que un día decidió abandonar su trabajo y vivir en la calle.
3:20 - Rosemary Díaz pide ayuda médica tan pronto llega a la gasolinera. Dice que tiene una llaga en su rodilla derecha que supura pus y despide mal olor.
“Estoy durmiendo en la calle y tengo mucho frío”, señala Díaz. Los médicos limpian la llaga y concluyen que es necesario drenar su contenido para evitar una infección mayor. La joven accede a recibir la atención médica.
“Yo que estaba preocupada con ese mal olor y le pedí a Díos que me ayudara. Y ahora aparecen ustedes. ¡Dios me escuchó! ¡Dios me escuchó!”', dice la mujer con lágrimas en los ojos.
Los médicos presionan el área alrededor de la rodilla de Díaz y un flujo de pus viscosa y fétida brota fácilmente. La mujer gime de dolor y luego los médicos le protegen la herida con una venda.
El flujo de deambulantes y adictos aumenta cada vez más y el trabajador social Torres señala que provienen de un hospitalillo (lugar marginal utilizado por los adictos para inyectarse la droga) que está ubicado muy cerca de allí.
4:02 - La flota de IC sale de la gasolinera luego de distribuir una considerable cantidad de alimentos, frisas y medias.
Toman un atajo y regresan a la avenida 65 de Infantería. En la entrada de un edificio de oficinas inoperante se encuentra acostado Luis Morales Rivera, de 30 años, quien pide atención médica porque sufre de un fuerte dolor en el abdomen.
“No puedo comer. Me duele mucho”, exclama Morales Rivera, un adicto, alto y delgado, original de Fajardo, que tiene el rostro y el vientre inflamados y apenas puede incorporarse para que el doctor Marrero lo examine.
Marrero y los estudiantes de medicina Swing y Thomas reconocen que puede ser grave el padecimiento del joven adicto. Le traen alimentos, café y jugo, pero Morales Rivera decide no comerlos. “Me pueden caer mal y será peor. Mételos en esa bolsa para comer después”, le pide a uno de los miembros de la tropa.
El doctor Vargas Vidot discute el caso con Marrero y ambos examinan nuevamente a Morales Rivera.
4:50 - Vargas Vidot anuncia que en la mañana se comunicará directamente con el director médico del Hospital Municipal de San Juan para que se lo hospitalice. “Es un caso complicado”', dice Vargas Vidot.
La flota toma la ruta para regresar a las instalaciones de IC en la urbanización Villa Capri.
“El perfil del deambulante está cambiando. Antes eran personas mayores. Ahora son cada vez más jóvenes y más deteriorados. Para ellos no hay atención médica, por eso están cada vez más deteriorados y los casos son complicados”', dice Vargas Vidot.
5:01 - Llegamos. De los vehículos comienzan a salir los miembros de Operación Compasión que no se notan cansados y mucho menos desilusionados.
“Hoy atendimos 37 personas. Podemos sentirnos contentos porque fue una noche bien productiva”, les dice Vargas Vidot. A lo lejos se oye el ir y venir de los autos en la avenida y el paso de la gente que acude a las paradas de guaguas para acudir temprano a sus trabajos. Un nuevo día está por comenzar. En los suburbios de la ciudad, a los deambulantes y adictos les espera un nuevo capítulo en su largo y penoso naufragio por la ciudad inclemente.
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