martes, 2 de febrero de 2010

Su majestad, la cadera





Su majestad, la cadera
Según un estudio, mientras más anchas, más tiempo vivirás

/ Por Cara Mia
Al fin reconocen las bondades de poseer caderas grandes! ¡Qué afortunada soy! Porque de eso, sí puedo hablar. El día que las estaban repartiendo, al parecer llegué a la fila 48 horas antes. (Algo así como la dama que hace “camping” en las instalaciones de Krispy Kreme y se agencia par de docenas de donas durante el año).
Resulta que, según un informe revelado por la revista Obesity (últimamente me ha dado por leer cada investigación realizada por estos “cerebros” científicos), las personas con grasa en las caderas y muslos vivirán por más tiempo, pues ese material atrapa las grasas dañinas y segrega compuestos útiles para el organismo. En otras palabras, que dada mi voluptuosa, curvilínea y perística figura en la que resaltan un par de caderas voluminosas, debo esperar larga vida.
Me parece maravilloso eso de ser longevo, eso sí tendré que delinear un plan de entretenimiento para no aburrirme. Lo que me preocupa es que no tendré con quién janguear porque con un solo vistazo a mis amigas me espera una larga vida sola. Las pobres, el día de la repartición, se quedaron durmiendo y no llegaron a la fila. Y eso no me gusta mucho, a menos que consiga dos o tres amigos vampiros. Ya veremos…
La verdad es que este estudio me redime. Por mucho tiempo cargué con la injuria de ser caderúa, como dicen por ahí. Como si poseer par de libras de grasa en las caderas fuese un pecado. Poco faltó para que me marcaran y me hicieran usar una batola con una C enorme, tipo “Scarlet Letter”.

Como hoy recuerdo el día en que enfrenté mi realidad caderística. Fue en la clase de costura, me parece que estaba en la intermedia. Íbamos a coser una falda y para esa época estaban muy de moda las “wrap around”. ¡Error! Para empezar, por alguna razón que aún desconozco, mi cinta métrica como que era más corta que las otras y al momento de tomar las medidas de las caderas, la cinta no llegó al extremo. Además, tuve que comprar más tela que nadie para luego terminar con una pieza que más que falda parecía toldo de gacebo. Para mi buena fortuna, desde ese día me di cuenta de que las faldas que me favorecen son las de línea A.
Y qué me dicen de los mahones. ¡Pura tortura! Sudaba la gota gorda en esos probadores que al parecer se diseñan en Taiwán, en donde las damas son todas menuditas, delgaditas y fragilitas. Pero, aquí en el trópico, en el Caribe, donde la sandunga se mezcla con la burundanga y la negrura se expresa en las partes bajas del cuerpo, los dichosos cuartos deben ser un poco más grandes. (Tomen nota gerentes de tiendas de ropa).
Y si la pieza a probar es un mahón, no sé ustedes, pero yo tengo que dar más de mil brincos para que me suban. Sí, el baile del canguro. (Sé que muchas me entienden, es común escuchar los brincos en los probadores).
Nada, que las caderas llegaron para quedarse. Que están ‘in’. Que te garantizan larga vida, y hasta nuevo amor. ¡Ciao!

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