John Allen Muhammad -aquí, durante una de sus comparecencias en corte- participó, junto con Lee Boyd Malvo, en el asesinato de diez personas en 2002.
Afirma que es un “negro inocente”
El francotirador que sembró el terror en Washington en 2002 será ejecutado hoy
John Allen Muhammad -aquí, durante una de sus comparecencias en corte- participó, junto con Lee Boyd Malvo, en el asesinato de diez personas en 2002.
Por peludencia.blogspot.com
RICHMOND, Virginia - Algunos tienen ansia de venganza, otros simplemente de justicia. Existe frustración también y desafío.
Para los que resultaron heridos por los francotiradores en el Distrito de Columbia y para los parientes de los que fueron muertos, las emociones que conducen a la ejecución del cerebro detrás de los ataques de 2002 varían tan ampliamente como las de aquellos que se encuentran en la mira pública.
John Allen Muhammad, de 48 años, está programado para morir por inyección hoy en una cárcel de Virginia después de que él y su cómplice adolescente Lee Boyd Malvo aterrorizaran el área de la capital de la nación y sus alrededores por tres semanas.
La semana pasada el abogado de Muhammad hizo pública una carta de mayo de 2008 en la que el convicto asegura tener “evidencia exculpatoria” que impediría que el “asesinato de este negro inocente por algo en lo que él ni su hijo (Lee) tuvieron algo que ver”.
El Tribunal Supremo de Estados Unidos rechazó ayer el pedido de Muhammad para que se detuviera su ejecución. Tres jueces, incluida la jueza asociada Sonia Sotomayor, favorecieron sin éxito detener la misma.
Algunas de las víctimas
A algunos miembros de las familias se les hace difícil esperar para ver a Muhammad exhalar su último aliento. Otros planean viajar a Virginia, pero sin poner los pies en la cárcel.
Y están aquellos que tienen pensado pasar la noche en casa de sus familiares, satisfechos de que Muhammad esté pagando por lo que hizo, pero indiferentes acerca de la manera como esto ocurrirá.
Para Nelson M. Rivera y Marion Lewis, observar la ejecución de Muhammad será lo más cerca que jamás habrán estado de la venganza.
“Presiento que éste va a ser el último capítulo de este libro y yo quiero ver cuál es la expresión en su rostro. Y quiero ver si él dice algo”, dijo Rivera, de 38 años. “Quiero ver su rostro y si esto -enfrentar su propia muerte- le gusta”.
Lori Ann Lewis-Rivera, quien era esposa de Rivera e hija de Lewis, fue asesinada mientras pasaba la aspiradora a su van en una estación de gasolina de Kensington, Maryland.
Rivera, un inmigrante hondureño que recientemente se hizo ciudadano de Estados Unidos, se ha vuelto a casar.
Sin embargo, “no hay un solo día que no recuerde lo que ocurrió y que no recuerde a mi esposa. Esto estará conmigo por el resto de mi vida”, dijo Rivera.
Consuelo
Robert Meyers recibe algo de consuelo al saber que la ejecución de Muhammad está fuera de su control.
Él y su esposa, Lori, planean estar en el compartimento de los testigos, pero no por ningún deseo sanguinario de presenciar cómo muere el asesino de su hermano. Más bien él considera que esto será el cumplimiento de la justicia, el cumplimiento de una sentencia.
“La razón por la que esta vida será arrebatada tiene que ver totalmente con las decisiones que él tomó y con el proceso que tales decisiones acarrea”, dijo Meyers, de 56 años, de Perkiomenville, Pensilvania.
Meyers dijo que le debía a su hermano, Dean Harold Meyers, estar allí y que él quería estar allí también por los familiares de otras víctimas.
Dean Meyers, de 53 años, un veterano de Vietnam, era el menor de cuatro hermanos. Recibió un disparo en la cabeza cuando estaba en una estación de gasolina llenando el tanque en Manassas, Virginia.
El adolescente cómplice de Muhammad -Malvo-, más tarde se jactó ante la policía, riéndose de que Dean Meyers “recibiera un buen disparo. Murió inmediatamente”.
Fue el asesinato de Meyers lo que mandó a Muhammad a la pena de muerte.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario