lunes, 30 de marzo de 2009

Extrana vida de un sepulturero









Extrana vida de un sepulturero
La extraña vida de un sepulturero
Aníbal Rivera exhuma cadáveres hace 40 años


A este hombre nadie le envidia su trabajo: sacar cuerpos hechos huesos de los ataúdes, para acomodar en cajas pequeñas.

Cada vez que llega la muerte, Aníbal Rivera Fuentes tiene que buscarle espacio. Es su trabajo. Los muertos simplemente no caben en el camposanto y alguien tiene que buscarles un hueco.
Su labor como exhumador hace que en ocasiones sea el único vivo entre los muertos. No es un trabajo envidiado, reconoce. Básicamente, su labor principal es sacar los cuerpos de los ataúdes y colocarlos en cajas pequeñas dentro de las fosas.
Todo esto lo realiza en la lúgubre atmósfera propia del camposanto. Un panorama que en el Cementerio Santa María Magdalena de Pazzis, sólo lo cambia una clara vista al mar y las murallas del Castillo San Felipe del Morro.
“Hay gente que me dice que ni por un millón de dólares saca un muerto. Aquí se hace por $250 y eso está regala’o”, señaló el hombre de 57 años.


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Esa renuencia muy bien podría deberse a los usuales cuentos y leyendas que alimentan los enigmas en los camposantos y que en este lugar cobra la forma de un fantasma de traje verde que por las noches rodea las tumbas, señaló Thelma Díaz Medina, administradora del cementerio.
El relato se basa de una pareja de italianos que enamorados de la Isla pidieron ser enterrados allí. Eran jóvenes pero la muerte los encontró temprano y desde entonces, como turistas, realizan paseos por esta área del Viejo San Juan.
“Desde entonces, la leyenda cuenta que se pasea en un traje verde. Yo estoy deseosa de verla pero nunca la he visto, ni he sentido nada”, dijo la mujer.
Rivera Fuentes, por su parte, no cree en esos cuentos. Toda su vida la ha pasado entre cementerios “y nunca he visto nada”. Lo más cercano a un fantasma fue cuando hizo su primera exhumación porque el cuerpo parecía “una momia”.
“Ese día boté hasta el verde de las tripas”, dijo en tono jocoso.
Fue hace 40 años en el Cementerio Municipal de Toa Baja. Pese al tiempo transcurrido, Rivera Fuentes no olvida los detalles. Nunca había visto un cadáver descompuesto pero estaba aprendiendo el oficio de reparación de fosas, que ejercía su padre.
“El viejo mío me dijo: ‘sácate ese tú’… La impresión fue grande. El cuerpo estaba todo descompuesto. Le quedaba tejido en el torso pero por lo demás estaba en huesos”, relató.
Tuvo que detener el trabajo. Descansó un rato, tomo aire y, poco a poco, continuó el trabajo. “Y así lo hicimos”, manifestó.
Actualmente, ese escenario de descomposición varía. Los ataúdes sellados detienen este proceso, lo que impide la exhumación y limita el cupo de cadáveres, que en este cementerio es de unos 4,000 cuerpos, estimó Díaz Medina.

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