martes, 9 de marzo de 2010

Entiende la envidia











Entiende la envidia
Lo quiere, lo compra, lo critica, ya no te habla, te imita, ¿qué le pasa?


Prima de la amargura, hermana de la infelicidad, amiga de los celos y vecina de la rabia. La envidia tiene un peligroso árbol genealógico y sus largas ramas no hacen otra cosa que distraerte de alcanzar ese balance emocional que tanto aspiras. Eso cuando eres tú quien la siente, pero cuando la provocas es harina de otro costal.
Ser el objetivo de algún o alguna envidiosa puede llegar a herirte, sobre todo si la persona es cercana a tu núcleo familiar o de amistades. Qué hacer ante la situación oscila entre evitar a la persona, plantearle tu percepción o simplemente ignorarla.
Si buscas en el diccionario encontrarás definiciones para la envidia como “tristeza o pesar del bien ajeno” o quizá “emulación, deseo de algo que no se posee”.
En cambio si repasas citas y proverbios te toparás con una de las mejores descripciones al término. “La envidia es una declaración de inferioridad”, opinó el emperador Napoleón Bonaparte. El escritor español Francisco de Quevedo fue más lejos al atribuirle características físicas, “la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”.

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“Y la muy envidiosa…”
Mientras el filósofo alemán Arthur Schopenhauer reflexionó en torno a su alcance, “la envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás muestra cuánto se aburren”, un proverbio árabe ofrece el secreto para combatirla, “castiga a los que tienen envidia haciéndoles bien”.
Si es más antigua que el frío, ¿es normal sentir envidia?
“Claro que es natural sentir algo de eso, es dañino cuando se vuelve una cosa compulsiva”, advierte el sicoanalista Alfredo Carrasquillo y entonces resulta inevitable recordar el término “envidia de la buena”. Pero cuando se juega a la imitación del otro al punto de la perturbación, Carrasquillo levanta bandera roja. Sin duda estamos ante la temible “envidia de la mala”.
“El punto detrás de todo esto es que los seres humanos estamos caracterizados por las faltas”, advierte el sicoanalista. “Siempre nos falta algo y nunca lo vamos a tener todo. Vemos al otro como que nos priva de lo que nos falta, pero en rigor no tiene que ver con el otro sino con que la condición humana es incompleta. No lo tenemos porque no podemos tenerlo todo”, agrega Carrasquillo, que además es catedrático asociado de Estudios Graduados en la Universidad del Sagrado Corazón.
El toro por los cuernos
Algo debes tener claro. Según Carrasquillo, la persona que siente envidia no busca que dejes de hacer sino que interesa responder. “Rara vez lo verbaliza, a menos que sea bien saludable emocionalmente. El que quiere resolver la envidia lo hace sin que el otro se entere”, declara.
No darse por aludido es una de las mejores opciones, ya que no favorece que se descontinúe algún comportamiento para no despertar envidia, ya que “le das poder al otro de que decida qué vas a hacer y de qué te vas a privar”. “Claro, eso no quiere decir tampoco que te vas a divertir olímpicamente de que te envidien”, acota Carrasquillo.
Pero si te sientes demasiado incómoda, opina que “es legítimo expresarlo”.
“No debes plantearlo categóricamente porque esto es una percepción, tú no puedes afirmarlo. Puedes decir: ‘me parece que te incomoda de alguna manera que haga esto, ¿estoy en lo correcto o me equivoco?’. Es una manera sutil que invita a resolver el asunto. Acusar a la otra persona sería contraproducente”, manifiesta.
De igual manera insta a alejarse. “Incluso si la persona es de tu familia extendida. Nuestra cultura es dura con romper esos vínculos, pero a lo mejor es saludable dejar de frecuentarse por un tiempo”, acaba Carrasquillo.

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