viernes, 20 de abril de 2012

La mujer de estatura y alma sencilla que hace un año compartió, junto a Fidel y a Raúl, la clausura del Sexto Congreso del Partido, gesto que ella m

La mujer de estatura y alma sencilla que hace un año compartió, junto a Fidel y a Raúl, la clausura del Sexto Congreso del Partido, gesto que ella misma calificara de "regalo inesperado", guarda lacerantes recuerdos del mes de abril, hace 51 años.

foto: juvenal balánJunto a Fidel y a Raúl en el Sexto Congreso del Partido, “un regalo inesperado”.

La mañana del día 17 de entonces, se convirtió para ella en la peor pesadilla al perder a su madre, víctima del bombardeo mercenario yanki a Playa Girón, hecho que inspiró la Elegía de los zapaticos blancos, del poeta Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí. Con ese aliento poético, propio de las personas humildes, narra en síntesis algunos pasajes de la odisea que enlutó a su familia.

"A pesar del largo tiempo transcurrido, no hay un solo día que no piense en mi madre y abrace la absurda ilusión de verla viva."

Al evocar detalles de Juliana, nombre de la mujer que le dio vida, expresa que tenía apenas 40 años de edad cuando la mataron. "Mamá era una mujer muy cariñosa y no solamente con sus hijos. Le gustaba cantar décimas y lo hacía de lo más bonito. Infelizmente, la última imagen que conservo de ella es ya cuando estaba herida de muerte por la metralla de un avión mercenario B-26. Mi papá le había puesto una sábana que le tapaba el corte de la cintura; entonces el viento levantó la sábana y lo vi¼ "

La Flor Carbonera, la de los pies descalzos, vive aún en Soplillar, un pequeño caserío cenaguero, donde actualmente residen unas 100 familias y donde también nacieron sus hijos. Sigue siendo una mujer humilde y que nunca ha querido abandonar ese pedazo de tierra, flanqueada de monte.

Frecuentemente, la acompaña su prima Haydée, vecina también de Soplillar, y quien hace medio siglo vivía en un humilde bohío donde Fidel decidió cenar con los carboneros un 24 de diciembre junto a Celia Sánchez, Antonio Núñez Jiménez y otros revolucionarios.

"Otros quizás hubieran deseado irse bien lejos de este lugar. Yo, sin embargo, el día que salga de aquí, creo que me muero. Prefiero vivir en este sitio sin saber muy bien el porqué. Me siento un poco hija del monte."

Al referirse a la leyenda de los zapaticos blancos, una historia plasmada con belleza y ternura por El Indio Naborí, rescata de la memoria los sentimientos de la niña cenaguera que fue.

"En mis pocos viajes a Jagüey Grande, veía a algunas niñas con zapatos bonitos y siempre quise tener un par, eso sí, que fueran blancos. A mi mamá no le parecía de buen juicio algo así en un lugar tan agreste, pero finalmente me los compró por los primeros días de abril de 1961. Creo que me los puse una sola vez aquí en Soplillar; los cuidaba muchísimo para que no se estropearan.

"Yo, con solo 13 años, no tenía la menor idea de lo que era una invasión. Por eso, cuando mi papá llegó a la casa y dijo que recogiéramos lo necesario, que debíamos abandonar la casa, me emocioné y recogí mis zapaticos blancos; era la ocasión que había estaba esperando para ponérmelos, pensé en mi inocencia."

Luego narra ese episodio demasiado severo, que enlutó a su familia por siempre y arruinó sus anhelados zapatos.

"Ante la insistencia de que había que salir de la Ciénaga, subimos al camión mi mamá, mis dos abuelas, mi papá, mi hermano mayor que iba manejando, el más chiquito, una cuñada, los dos niños de ellos y una primita. Yo iba sentada sobre una caja de madera y llevaba cargado a mi sobrino de seis meses.

"Vimos un avión que venía muy bajito, casi rozando la carretera. El avión comenzó a disparar y fue mi mamá la primera en caer. A mi abuela una bala la hirió en la columna y quedó inválida. A mi hermano le atravesaron una pierna y un brazo. Por un momento pensé que a mi mamá podíamos salvarla. Le pregunté si estaba herida. Ella alzó el brazo y quiso tocarme, pero fue en vano."

Otros inocentes civiles también fueron víctimas de los bombardeos y la metralla de los mercenarios. Eran pobladores de la Ciénaga de Zapata a quienes la invasión sorprendió en la tradicional quietud de ese lugar.

"Si existieran los milagros, yo pediría solo uno: retroceder en el tiempo y, junto a mi mamá, emprender juntas esta verdadera quimera que ha sido la Revolución, siempre aquí en Soplillar, donde estuvieron y seguirán estando mis más profundas razones de vivir."

Exactamente por esos motivos, inspirados en la obra revolucionaria que ha visto consolidarse en su amada Ciénaga, Nemesia declaró ante los delgados del Sexto Congreso estar siempre lista para seguir defendiendo la libertad y la justicia en nuestra tierra.

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