lunes, 19 de septiembre de 2011

conversación con Guillermo Fariñas


conversación con Guillermo Fariñas





La Habana - Las instrucciones fueron claras desde el principio: “No debes hablar con ese hijo de puta... no vale la pena que pierdas así tu tiempo”. Quien dice esto es el encargado del Centro Internacional de Prensa de Cuba, en referencia a Guillermo Fariñas, el opositor cuya extensa huelga de hambre del año pasado lo puso al borde de la muerte y desató una enorme presión de la comunidad internacional sobre el gobierno de Raúl Castro.

“Aquí nadie lo conoce y tampoco a la Yoani esa”, agrega el funcionario. “No vale la pena que pierdas tu tiempo con esa basura”.

La advertencia parece ser parte del protocolo con el que esa entidad sazona la entrega de la visa con la que autoriza a los periodistas extranjeros a ejercer su oficio en la isla.

Ante la obvia inutilidad de argumentar contra un odio tan feroz, el silencio y dos opciones: acatar o desobedecer.

Al día siguiente recuerdo el episodio mientras Ismaelito Fernández -el fotoperiodista- y yo vemos pasar el paisaje en ruta a la ciudad de Santa Clara, a unas 170 millas al este de La Habana, donde Fariñas nos espera para conversar.

El día es gris, con acentos a ratos de olor a tierra mojada que llega desde no muy lejos y nos acompaña hasta la ciudad cuando ya comienza a atardecer. Luego de mucho preguntar, encontramos la casa.

Alto, muy delgado, con el mapa de sus batallas marcado a fuego en el cuerpo, Guillermo nos abraza y camina con nosotros hasta una cercana y maloliente quebrada que hace mucho fue el riachuelo donde se crió. Recuerda retazos de su infancia. Algunos vecinos lo saludan, otros solo miran con recelo.

La conversación continúa en su hogar.

Al día siguiente, muy temprano regresamos a La Habana, donde el señor funcionario del Estado nos espera para ajustar cuentas por haber desobedecido.

Guillermo, luego de 21 años de militancia desde la oposición, ¿cómo evalúa esta trayectoria?, ¿qué reflexión le merece?
Creo que actualmente soy un mejor opositor que cuando comencé en 1989. Como opositor pacífico, como disidente no violento, he madurado paso a paso. He estado preso en infinidad de ocasiones. La prisión me ayudó a madurar, a asumir la responsabilidad como patriota por haber nacido en esta tierra. No se trata de irse y esperar a que esto se desbarate o que otro lo arregle. Hay que meterle el cuerpo... quizá parte de la solución sea la muerte propia.

¿Cuál fue el punto de ruptura con el régimen, luego de haber estado de su parte tanto tiempo y dar ese viraje de 180 grados en sus lealtades?
No creo que haya sido una sola razón. Fueron varios los hechos que se fueron acumulando. Por una parte el asombro. En el 80 era un joven y me reclutaron para llenar las guaguas con toda la gente que llegaba a La Habana por tren para irse del país a través de la embajada de Perú. ¡Yo nunca pensé que tantos y tantos cubanos fuesen capaces de no querer vivir aquí! Eso para mí fue algo muy asombroso.

Ahí comenzó todo...
Sí y luego fue ver los privilegios enormes que había en las casas de los altos dirigentes de la revolución y sus vínculos con narcotraficantes mexicanos y colombianos, que venían a Cuba a jugar gallos con ellos, con los comandantes... Todo esto comenzó a hacerme perder la confianza en la alegada revolución cubana. Asimismo, otro punto de inflexión muy importante fue ser testigo de cómo se portaron las tropas cubanas de lucha antiguerrillera en Angola contra las aldeas indefensas. Los batallones cubanos no eran nazis simplemente porque tenían otro uniforme, pero cometieron un genocidio similar.

¿Cómo fue su experiencia en la Unión Soviética?
Un desengaño inmenso, porque crecí con el credo de que aquella era una sociedad casi perfecta y, en cambio, me encontré con una sociedad enferma, con una enorme tasa de alcoholismo, de drogadicción, de prostitución, de corrupción. Eso también me frustró bastante y me hizo abrazar la Perestroika y la Glasnot, lo que me trajo muchos problemas que culminaron con mi expulsión de la Unión de Jóvenes Comunistas... desde entonces no he dejado de luchar contra el Gobierno cubano.

Ha dicho que se vive un momento coyuntural para la oposición cubana... ¿por qué?
Estamos viviendo la época “post” de la primera derrota del Gobierno cubano, cuando tuvo que ceder a las protestas por el asesinato alevoso en prisión de Orlando Zapata en febrero de 2010. Luego de haber puesto en libertad a 116 presos políticos -de los cuales doce se quedaron- el Gobierno no ha logrado recuperar su credibilidad ante este asesinato. Me parece que desde entonces el escenario de lucha se ha trasladado desde dentro de las prisiones a las calles y las plazas. No por nada Raúl Castro declaró en su discurso del pasado Congreso del Partido Comunista que bajo ningún concepto iba a permitir que las calles y las plazas, que eran de los revolucionarios, fuesen tomadas por los contrarrevolucionarios. El asesinato de Wilfredo Soto García y las palizas a lo largo y ancho de Cuba contra la oposición vienen precisamente de ese temor real de perder lo que, dicen, les pertenece.

¿Es una posibilidad real que la lucha se agudice en las calles?
Aunque hemos ganado en algunos terrenos -ellos ya no combaten en internet, por ejemplo- nos queda tomar de manera no violenta, con mesura, las calles y las plazas, que son de todos los cubanos, y no de los revolucionarios.

¿Habría violencia?
No sé... el pueblo cubano está aterrorizado. Son ya más de cincuenta años de un terror inculcado desde que naces, un terror que te dice de lo que puedes y no puedes hablar, de lo que puedes y no puedes hacer. El Gobierno se quitó la careta paternalista y se ha visto obligado a tomar medidas totalmente neoliberales. Se ha desentendido del pueblo, de los más humildes, y no da libertades económicas ni de autogestión.

¿Y las reformas y los despidos y el trabajo por cuenta propia?
Sí, existe el “cuentapropismo”, pero con unas condiciones que asfixian al que intente vivir de esa manera. Por ejemplo, a los que intentan tener un negocio, el Gobierno les vende a precios de minoristas y no de mayoristas, de manera tal que no hay el menor margen para tener una ganancia. Hay un alto nivel de desempleo y todo esto va contra la credibilidad del Gobierno. Todos los que ejercen el poder saben que es así. Fidel y Raúl están dando paliativos para no tener que aceptar que el sistema fue un fracaso total. Todo lo que quieren es morirse en el poder y después que sea lo que Dios quiera, incluso el holocausto.

¿A qué se enfrenta el Gobierno cubano en este momento?
El Gobierno cubano está en una coyuntura política y también en una crisis económica muy desfavorable, a la espera de lo que ocurra en Venezuela en el 2012. Si Venezuela desaparece como salvavidas energético, Cuba se sumiría en el caos de los apagones y esto se convertiría en una bomba de tiempo. Muchos oficiales represivos cubanos están en Venezuela tratando de infiltrar la oposición para minar sus fuerzas, dividirlas, para que no vayan como un frente único contra Chávez. Otra de las razones por las que a Cuba le interesa que Chávez permanezca en el poder es porque, si cae su revolución bolivariana, se confirmaría una vez más que el llamado socialismo del siglo XXI es un gran engaño. Esto, desde el punto de vista ideológico, también sería catastrófico.

En este momento de lucha, ¿qué tan significativa es la influencia que puede tener la comunidad internacional como un agente catalizador?
La opinión pública internacional es muy valiosa, tanto la de los medios de prensa como la de los parlamentos, los gobiernos y los intelectuales, tanto de derecha como de izquierda. Todos ejercieron una presión muy fuerte sobre el Gobierno cubano, que por eso no me dejó morir a mí durante mi extensa huelga de hambre más reciente. Creo que ahí se demostró la vulnerabilidad del Gobierno cubano ante la opinión pública extranjera. Sin duda, sigo vivo gracias a la presión internacional porque, de otra manera, me hubiesen dejado morir.

Cuando el Gobierno cubano incorpora a su discurso sobre los presos políticos el caso de los cinco cubanos presos en Estados Unidos acusados de espionaje, ¿qué reflexión le merece?
El espionaje siempre ha existido, pero todo espía sabe a qué se arriesga. El espionaje es un delito penado en todos los sistemas judiciales del mundo y esos cubanos son espías confesos. Esa es la gran diferencia entre nuestros presos políticos y esos presos. Nuestros hermanos que están en prisión son personas que luchan por la libertad, en su propio país. De entrada, solo por esto los casos no admiten comparación.

¿Qué piensa cuando el Gobierno cubano se monta en los temas de la educación y la salud como testimonios inobjetables del triunfo de la revolución?
Mira, hay un analfabetismo total y un analfabetismo funcional, algo que el Gobierno ha tenido que reconocer. Hasta el año pasado, según admisión de las propias autoridades, había alrededor de seis mil cubanos que habían terminado la universidad, pero que no habían obtenido sus títulos porque no habían aprobado las pruebas de ortografía. Que más del 90 por ciento de la población sepa leer no es argumento suficiente para reclamar que la educación sea un baluarte.

Pero aseveran que ambos derechos son gratuitos para los cubanos...
Eso es falso. El cubano paga la salud pública, paga la seguridad social y paga la educación. A cada cubano que trabaja, todos los meses le descuentan el 33% de su salario y eso se divide en partes iguales para esos renglones. Además, la educación es de pésima calidad y la calidad de los servicios médicos es relativa, porque los pacientes son tratados como de segunda categoría. El estado de las instalaciones hospitalarias es desastroso y la falta de medicamentos es bochornosa. Antes los hospitales hacían la lista de medicamentos que hacían falta, ahora la hacen de los que hay... es más fácil.

¿Qué lectura da a advertencias del Gobierno de que los periodistas extranjeros no debemos hablar con ustedes, con los opositores, con los disidentes, a quienes se refieren en términos bastante despectivos, con el argumento de que nadie en Cuba los conoce?
Ese un ejemplo más de la manera como este Gobierno ha inculcado el odio durante más de medio siglo. No puede haber una controversia política civilizada, porque todo deriva siempre al ataque personal, al insulto, a la violencia verbal y física. Es la intolerancia en su manifestación más pura. Al final, significa que ellos, como funcionarios del Gobierno, tienen un gran miedo a que el virus de la libertad se difunda entre la ciudadanía cubana.

Cuando piensa que ha estado a punto de dar su vida en varias ocasiones por ver libre a su pueblo, ¿cómo ha manejado esa posibilidad de morir e irse con la incertidumbre, sin saber si su muerte habrá servido para algo?
Me pongo en manos de Dios. Él es todopoderoso, somos sus discípulos. Si Dios me ha cuidado tanto hasta ahora es porque tenía un objetivo conmigo. Si no me ido al exilio, es porque Dios tiene un objetivo conmigo como, por ejemplo, unir a la oposición cubana, enseñar a los más jóvenes, agradecer a los más viejos y, sobre todo, tratar de que en esta batalla no perdamos a los patriotas valiosos. Es un orgullo tremendo haber estado a punto de dar la vida pero, cuando veo a los doce presos liberados que se quedaron en Cuba, no puedo menos que sentirme inspirado por su ejemplo, de la misma manera que me sucede cuando veo a los que se fueron y que siguen luchando desde la diáspora.

¿Ha valido la pena todo esto?
Absolutamente, sin la menor duda... Puedo morir en cualquier momento. Tengo varios trombos que se pueden desprender y matarme. Aquí no los pueden operar y el Gobierno no me deja salir para hacerlo. Pero si muero, los demás se quedan y continúan la lucha. Esto no es mío, es de todos y, aunque yo no esté, los demás quedan...

¿Qué virtudes le encuentra a la revolución?
Que, en su momento, se preocupó por los humildes, por el discrimen racial, por el discrimen por sexo. Creo que eso fue bueno, les dio oportunidades de superación a muchas personas que no las tenían. Pero el gran error es que se secuestraron libertades individuales y se convirtió en una revolución tributaria. La revolución dijo “te doy estas oportunidades, a cambio de tus libertades”, y eso es inmoral. Ahí está la mejor parte de la revolución y también su lado más oscuro y retorcido.

¿Por qué usted es como es?
Porque nací en un barrio marginal con una familia maravillosa, con una abuela materna capaz de ser tabaquera por el día y salir a buscar votos por la noche para que fuera senador de la república; con una abuela paterna que me enseñó que siempre había que decir la verdad a cualquier costo; con un abuelo materno que solo sabía dar amor; con un abuelo paterno que me enseñó que había que tener ética por encima de cualquier cosa; con un padre que me inculcó que, por encima de cualquier cosa, está la familia; con una madre que me enseña todos los días lo que es vivir para el resto de los miembros de la familia; con una hermana que vive orgullosa de que yo sea su hermano y viceversa; con una hija que vive orgullosa de parecerse a mí en casi todo; con una hija sobrina que se ofende de manera desmesurada cuando alguien me critica; con una madre de mi hija a la que le agradezco que le haya inculcado ese amor... por eso soy el que soy...

Guillermo, ¿es feliz?
Creo que sí, así sea en una celda, recibiendo una paliza o con la muerte al lado. Soy feliz porque sé que estoy cumpliendo con mi deber patriótico.

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