Con el rostro desencajado, Nixon intenta una sonrisa junto a su esposa, Pat, al despedirse del personal de la Casa Blanca el 9 de agosto de 1974.
Así cayó un presidente
El 8 de agosto de 1974, agobiado por el caso de Watergate, Richad M. Nixon se convirtió en el primer presidente estadounidense que renuncia a su cargo
Con el rostro desencajado, Nixon intenta una sonrisa junto a su esposa, Pat, al despedirse del personal de la Casa Blanca el 9 de agosto de 1974.
Por peludencia.blogspot.com
'All the President's Men', la famosa película de 1976, basada en el libro escrito por los reporteros investigativos del Washington Post, Carl Bernstein y Bob Woodward, termina tal vez en un anticlímax: en el papel del teletipo, van apareciendo las palabras mecanografiadas: 'El presidente Richard M. Nixon renunció hoy...”.
La renuncia del trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos, Richard M. Nixon, de hecho, se produjo de una forma mucho más moderna: el mandatario, agobiado por las constantes revelaciones relacionadas con el escándalo de Watergate, compareció en vivo para hablarle a todo el país por televisión.
“Esta es la vez número 37 que les he hablado desde esta oficina, donde se han tomado tantas decisiones que han ayudado a darle forma a la historia de esta Nación”, comenzó su trascendental alocución.
“Cada vez que lo he hecho, ha sido para discutir con ustedes algún asunto que yo he creído que tenía pertinencia para el interés nacional”.
“En todas las decisiones que he tenido que tomar en mi vida, siempre he tratado de hacer lo que he considerado mejor para la Nación”, prosiguió. “Durante este largo y tortuoso proceso de Watergate, he sentido que mi deber era perseverar, hacer todo lo posible por completar el término para el cual ustedes me eligieron a este cargo”.
“En días recientes, sin embargo, se me ha hecho evidente que no sigo contando con la base política de un respaldo suficiente del Congreso como para que se justifique el que continúe haciendo ese esfuerzo”, continuó.
“Siempre y cuando subsistiera esa base, yo estaba convencido de que era necesario que este proceso constitucional se prosiguiera hasta su conclusión, y que hacer lo contrario hubiera sido una violación al espíritu de ese proceso y un peligrosísimo precedente desestabilizador para el futuro”.
“Pero al desaparecer esa base, ahora creo que se ha completado ese proceso constitucional, y que no resulta necesario que se prolongue”, dijo.
Y poco después añadió: “Nunca me he dado por vencido de nada. Dejar mi cargo antes de cumplir el término es algo que va a contrapelo de todos los instintos de mi ser. Pero, como presidente, debo anteponerlo todo al bien del país, y lo que el país necesita en estos momentos es un presidente a tiempo completo y un congreso a tiempo completo, en particular en vista de los problemas que afrontamos tanto nacional como internacionalmente”.
Y, por fin “Por consiguiente, he decidido renunciar a la presidencia, efectivo mañana al mediodía. A esa misma hora, el vicepresidente (Gerald) Ford juramentará como nuevo presidente en esta misma oficina”.
CAPÍTULO CULMINANTE
Se trató, en efecto, del capítulo culminante -aunque no el último- de unas de las historias más apasionantes de la política moderna, la cual coincidió con lo que posiblemente haya sido el logro más estremecedor del periodismo investigativo: el derrocamiento de un presidente.
Para 1974, Nixon, quien había ganado su reelección en 1972 por barrida sobre el héroe liberal de los demócratas, George McGovern, se había convertido en la figura más odiada de las corrientes más avanzadas del país: Tricky Dick, como se le conocía, llevaba ya más de un año resistiendo las revelaciones periodísticas relacionadas con lo que, de primera instancia, parecía un hecho inocuo: la colocación de equipo de espionaje subrepticio en unas oficinas del Partido Demócrata en el hotel Watergate, con la intención de enterarse de las interioridades de la campaña de McGovern.
A la larga, fue descubriéndose que dicha intervención ilegal fue avalada -o hasta conducida- por miembros del más alto nivel de la Casa Blanca, y que aunque Nixon posiblemente nunca tuvo conocimiento a priori de la misma, sí de seguro participó de lleno en su posterior encubrimiento.
Cuando cedió la presidencia, de hecho, parecía inminente que sería residenciado por el Congreso.
Al fin y al cabo, sin embargo, salió airoso: el 8 de septiembre de 1974, un mes después de renunciar a la presidencia, Nixon recibió un perdón “total e incondicional” de parte de su sucesor, Gerald Ford, quien adujo que creía que dicho perdón actuaba a favor “de los mejores intereses del país” y que la situación de la familia Nixon “representa una tragedia nacional de la que todos hemos formado parte. Es algo que puede extenderse indefinidamente a menos que alguien le ponga punto final y yo he decidido que soy el único que puede evitarlo... y voy a hacerlo”.
La decisión, por supuesto, levantó aullidos de protesta de todo tipo... incluso muy cerca de la Casa Blanca: el propio secretario de prensa y amigo personal de Ford, Jerald Terhorst renunció fulminantemente a su puesto.
Una presidencia con aciertos
Con el tiempo, sin embargo, tal parece que la opinión generalizada de los historiadores se ha inclinado a reconocerle numerosos aciertos a la presidencia de Nixon, partiendo de sus esfuerzos a favor de la paz en el Oriente Medio, la reanudación de relaciones con China y el haberle dado fin, en 1973, a la Guerra de Vietnam.
Incluso McGovern, su derrotado contrincante de 1972, llegío a decir en una entrevista que publicara Rolling Stone en 1983:
“Lo he venido diciendo reiteradamente en mis presentaciones públicas: Por mucho que me duela decirlo, es probable que el presidente Nixon haya tenido una actitud más pragmática frente a las dos superpotencias -China y la Unión Soviética- que ningún otro presidente norteamericano desde la Segunda Guerra Mundial. Abrió una gran brecha con China. Tuvo más logros que nadie en las negociaciones armamentistas con la Unión Soviética. Su concepto del 'detente' era correcto. Con la posible excepción de su inexcusable prolongación de la Guerra de Vietnam, creo que recibirá una buena calificación de parte de la historia”.
Nixon, según el artículo, se enteró de las palabras elogiosas de su antiguo rival: al poco tiempo le hizo llegar una copia autografiada de su autobiografía.
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