viernes, 12 de febrero de 2010
La vida sigue
Con sólo 13 años de edad, Smith Joel Dorlean, tiene como objetivo lograr que su país se levante.
La vida sigue
Los haitianos intentan mostrar su mejor rostro a pesar de que su país está inoperante y la violencia brota en cada esquina.
Con sólo 13 años de edad, Smith Joel Dorlean, tiene como objetivo lograr que su país se levante.
Por Osman Pérez Méndez / Enviado Especial
Puerto Príncipe, Haití “Hay que seguir adelante, no me voy a quedar con los brazos cruzados”.
Esa es la resolución de Smith Joel Dorlean, un muchacho haitiano de 13 años de edad que, como muchos otros de sus compatriotas, sobrevivió milagrosamente al feroz terremoto que sacudió Haití.
Ha pasado un mes desde que la naturaleza se ensañó, una vez más, con la empobrecida nación haitiana. Entonces, la tierra sacudió la capital haitiana de tal forma que no quedó una sola cuadra con algún edificio totalmente destruido. Han sido semanas de angustia para el pueblo haitiano, que además ha tenido que sobreponerse a los frecuentes sustos de las réplicas. Tan reciente como el martes pasado, la tierra volvió a moverse lo suficiente para que los objetos menos pesados vibraran de forma amenazante.
Cientos de miles de familias continúan damnificadas en improvisados campamentos que cubren cada espacio libre que hay en la capital: parques, plazas, estacionamientos, jardines, patios, fuentes, estadios, canchas. En una avenida de Carrefour, hasta la isleta central de esa vía está cubierto por casas de campaña e improvisadas casuchas. Pero al igual que le pasa al joven Dorlean, muchos haitianos se niegan a quedarse de brazos cruzados y se sobreponen a la tragedia.
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“Yo estaba tomando clases en la escuela cuando pasó el terremoto. Estoy vivo porque estaba en el tercer piso que fue el único que quedó, los dos de abajo se hundieron. Yo me quedé quieto y luego pude salir. Pero todos los que estaban en los pisos de abajo y muchos que saltaron del tercero murieron”, relató Dorlean. “Ahora no tengo clases. Yo me sentía como un rey porque podía ir a la escuela”, lamentó el muchacho, mientras se sentaba un momento en las gradas del estadio nacional de fútbol. “Pero no voy a estar sin hacer nada. ¿Ves? Aquí yo vendo esto para ganar dinero y ayudar a mi familia”, dijo Dorlean mientras mostraba una canasta cargada con pan, quesos y otras chucherías, y que llevaba para vender en el campamento improvisado sobre el césped del campo del estadio.
Muchos otros haitianos también andan por las calles vendiendo cosas que llevan en sus canastos, como frutas, vegetales, carbón, caña de azúcar, tarjetas telefónicas. Otros prefieren instalarse en una esquina o al borde de una calle transitada, para colocar su quiosco y vender allí, comida, ropa, zapatos, artesanía, muebles.
Poco a poco
Hay comercio por cualquier lugar de Puerto Príncipe. El mercado principal se repleta a diario de decenas de miles de personas, que se entremezclan peligrosamente con el tráfico.
Algunos negocios también han vuelto a operar, pequeñas tiendas, bancos, gasolineras. En Delmas un taller de mecánica estaba activo reparando carros y camiones, y comprando piezas que llevaba la gente, muy posiblemente sacadas de los carros que quedaron dañados tras el sismo. En Tavarre, había un constante ir y venir en un negocio de venta de materiales de construcción.
Pero los trabajos siguen siendo escasos, muy escasos. Miles de haitianos no tienen otra alternativa que ir a las ruinas a rebuscar. Su meta es rescatar cualquier cosa que pueda resultar útil o vendible, como varillas, planchas de zinc, pedazos de madera. Es una tarea dura y peligrosa. También desagradable, porque todavía quedan muchos restos humanos bajo los escombros, algo que El Nuevo Día pudo atestiguar tan recientemente como el miércoles. En las ruinas de una escuela en la que aún quedaba la pizarra escrita con ejercicios de gramática y algunos pupitres alineados, cuatro hombres encontraron restos humanos que echaban en una bolsa.
Pillaje y saqueos
Algunos han recurrido al pillaje y saquean camiones que llegan cargados con ayuda internacional. En los casos más graves, han llegado a matar choferes por un saco de comida.
“Lo que pasa es que hay haitianos de naturaleza bestial”, dijo Dorlean respecto a los saqueos. “Y hay otros que prefieren quedarse sin hacer nada, esperando que los vayan a ayudar”.
Otra opción, para los pocos que pueden optar por ella, es salir del país. Las filas frente a las embajadas y consulados son largas. También se amontona gente frente a los portones de la agencia de viajes de donde salen a diario guaguas rumbo a la República Dominicana.
En los bancos, los afortunados que pueden recibir dinero de remesas que le envían familiares radicados en el extranjero, hacen también largas filas.
Rostros sonrientes
Pero aún en medio de esta cuadro, asoman los rostros sonrientes de Haití. Un grupo de mujeres damnificadas estalló en carcajadas cuando notaron que unos camarógrafos extranjeros las filmaban. En otra esquina un joven le daba pellizquitos en la barriga a una muchacha, que lo repelía dulcemente, como quien quiere más. En muchos campos de refugiados, en un parcho de tierra, los muchacho juegan al fútbol o empinan papalotes.
Tapón como en Bayamón
El pesado y demencial tráfico es quizás la mejor muestra de que la ciudad se pone en marcha nuevamente. Por momentos, los tapones en las principales vías se comparan a los de Puerto Rico.
Quedan muchas carencias, innumerables dificultades, muchas heridas por sanar, muchísimo por reconstruir y un sinnúmero de damnificados, pero de alguna forma, la capital haitiana comienza a recobrar vida. A su ritmo, lentamente, pero las señales van emergiendo de las ruinas, de la misma forma que el rostro joven de Dorlean.
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