jueves, 29 de octubre de 2009

Entrampamiento sexual

Entrampamiento sexual
A mis amigos les advierto tener precaución cuando les llame una fémina

Por Jose Concepcion
No estoy muy de acuerdo con lo escrito en una columna del martes, titulada ‘Susie, deja el drama’, pero, para variar, no voy a comentar sobre ello en esta ocasión.
Lo que pasa es que acabo de enterarme de una nueva modalidad que están empleando algunas mujeres para entrampar a sus maridos, y me creo obligado, moralmente hablando, a alertar a los compañeros de mi propio sexo.
Mi amigo Antonio, quien trabaja en una agencia de publicidad, es un buen padre de familia y un esposo fiel... hasta cierto punto. Es de los hombres que no andan proactivamente en busca de tener aventurillas extramaritales, pero que tampoco las rehúyen cuando estas les caen en la mano.
Eso es lo que le pasó a Antonio: asistía hace unas semanas a un seminario sobre publicidad que se ofrecía en un hotel del interior de la Isla y allí conoció a una atractiva ejecutiva de cuentas que, según parece, cumple con una cuota obligatoria de acostarse con un hombre casado distinto cada semana.


Luego de consumado el acto, Antonio regresó a casa resuelto a no ver nunca más a la ejecutiva de marras y a seguir siéndole fiel a su Maria, su amantísima esposa. Sin embargo, en los días siguientes se comportó de una manera tan afectuosa con su media naranja que a Maria le entraron sospechas. Sabía que se le haría difícil, de golpe y porrazo, descubrir si su marido en efecto le había sido infiel, pero se le ocurrió una estratagema que, por lo menos, le permitiría descubrir si su marido era un hombre propenso a flirtear con otras mujeres.
¿Cuál fue su idea? Se puso de acuerdo con una amiga suya que trabajaba como recepcionista, la cual poseía una voz tan melosa que, tal como opinaban algunos, “parecía que estaba teniendo un orgasmo” cada vez que contestaba el teléfono.
Fue a esta sirena telefónica a quien Maria suplió el número del celular de su marido y le pidió que lo llamara y se hiciera pasar como si lo conociera.
Así, a la mañana siguiente, Antonio contestó una llamada y escuchó una voz ronca y con ciertas tendencias ninfomaniacas, que le decía: “¿ Antonio? ¿No sabes quién te habla? Es tu Verónica”.
“¿Verónica?” preguntó él, confundido pero a la vez intrigado. “No conozco a ninguna Verónica”.
“Sí, chico. Haz memoria. La de los otros días...”.
La verdad es que él no recordaba a ninguna Verónica, de ningún día, pero la voz le atraía tanto que terminó conversando media hora con la muchacha, y acordando una cita para esa tarde a la hora del ‘happy hour’ en un pub cercano.
Por supuesto que cuando él se presentó allí, con quien se encontró fue con su querida Maria, quien, al ver su sorpresa, le preguntó: “¿A quién esperabas? ¿A Verónica?”.
Anden con los ojos bien abiertos, queridos amigos: Antonio no es el primero ni será el último que caiga en esta trampa tan siniestra.

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