sábado, 25 de abril de 2009
El hombre que se pasea por el cielo
El hombre que se pasea por el cielo
Ningún ser humano había caminado sobre aquel vacío, así que para mí era como descubrir un nuevo continente”
Hay poetas que no utilizan la palabra. Prefieren las nubes. El francés Philippe Petit escribió la poesía más arriesgada del funambulismo un 7 de agosto de 1974, al colocar ilegalmente un cable de acero entre las Torres Gemelas de Nueva York y caminar entre los 43 metros que separaban los dos edificios durante casi una hora.
Realizó ocho viajes a través del cielo, con los que desafió las leyes de la naturaleza. “Me sentía como un explorador en un mundo diferente. Ningún ser humano había caminado sobre aquel vacío, así que para mí era como descubrir un nuevo continente. Me emocionó la belleza y la simplicidad de aquel acto, aunque no llegué a llorar. Un funambulista necesita sus ojos nítidos cuando está en el aire”.
Pero sí sonrió, extasiado. Lo dicen las fotografías que tomó su amigo Jean Louis Blondeau, uno de los cómplices que hicieron posible aquel acto extraordinario que Petit aún califica como “artístico-criminal”.
Son las únicas pruebas que existen de que estuvo allí arriba, puesto que sus co-conspiradores no pudieron grabar “el golpe”: la policía apareció antes de lo previsto y abortó la filmación. “Quedan las fotos y las historias orales de las miles de personas que, desde abajo, asistieron al espectáculo de ver a un hombre caminar por el cielo como si fuera un pájaro. En aquel momento me enfurecí, pero hoy me alegro. Soy un poeta y creo que es más bonito así, sin imágenes en movimiento, lo convierte en algo más legendario, como un cuento”.
A punto de cumplir 60 años, este mago, escritor, malabarista y emperador del equilibrio, habla desde su escondite en un pueblo cercano a Woodstock (al norte de Nueva York). Acaba de regresar de Los Ángeles, donde el 22 de febrero hizo equilibrismos sobre el escenario del Teatro Kodak con el Oscar al Mejor Documental, “Man on Wire”, del que es protagonista.
El documental funciona casi como un “thriller” en el que el propio artista y sus cómplices (ex novia y amigos) narran cómo trabajaron durante seis años para hacer realidad el sueño de un visionario.
Petit vio en 1968 un boceto en una revista. Cerró los ojos y las unió instintivamente con una línea de bolígrafo. Quizá si no se hubiera encontrado casualmente con aquella imagen en la sala de espera de un dentista de París, hoy sería “Funámbulo, el torero”. “Ése hubiera sido mi nombre artístico. Torear era mi otra gran pasión. Empecé a hacerlo de adolescente, y a los 18 años viajé por España y Francia con dos toreros franceses con los que hacía de mozo de espadas”.
Antes de conquistar ilegalmente el cielo de Nueva York, se paseó por encima de Notre Dame, en París, y sobre la Ópera de Sydney. Y tras viajar por primera vez a la Gran Manzana en enero de 1974, puso en marcha su plan. Estudiaron planos, falsificaron identidades, introdujeron ilegalmente en las torres cajas y cajas de materiales y llegaron hasta sus azoteas. Pasaron toda la noche colocando y tensando el cable, hasta que llegó el momento de que Petit diera el primer paso sobre un vacío de 417 metros de altura.
“Nunca tuve miedo. No puedes tener miedo. Yo sólo lo siento cuando el espectáculo ha terminado. Una vez que avancé un poco, sentí una inmensa alegría de estar allí. Uno de los momentos más bellos fue cuando me tumbé mirando al cielo y vi una gaviota que se acercaba a curiosear. Cuando estoy ahí arriba, mis sentidos se agudizan. Soy como un animal salvaje que tiene su vida en sus manos y tiene que preservarla”, relata.
¿Qué le empujó y qué le empuja todavía a abandonar tierra firme para convertirse en “un ser aéreo” que ha realizado más de 75 espectáculos en las nubes y aún sueña con cruzar el Cañón del Colorado? “Desde niño odié que me dieran órdenes. Aprendí a subirme a los árboles. Quería actuar en el circo, pero ninguno me admitió. El funambulismo fue una evolución natural. Hay una parte de mí que no quiere estar en la tierra. Me gusta volar sobre ella, mirarla desde arriba, ser inalcanzable. Además, después de haber sido arrestado más de 500 veces, es el único lugar donde la policía no pudo tocarme”.
Practicar mimo, magia o malabares en la calle, cosa que aún hoy hace por sorpresa en Nueva York, ha sido la causa de esos arrestos. Tras permanecer 45 minutos en el aire, también le detuvieron en las Torres Gemelas. Pero la presión popular obligó a liberarlo con la única penalización de hacer un espectáculo para los niños neoyorquinos. Petit se convirtió en héroe, se instaló en Manhattan, le llovieron propuestas para colaborar con artistas como Baryshnikov o Milos Forman. No aceptó venderse. “Un hombre en el cielo es un milagro, y esa sensación de que puedes cambiar tu vida, de que lo imposible puede ocurrir, dejaría de ser bello si se utilizara para vender un producto”, concluye.
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